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María Reina y Madre de Reyes


La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré". Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta.
(San Marcos 6,21-25)

 ¡Que tacaña es la generosidad de un Rey humano! En el colmo de su generosidad le ofreció la mitad de su Reino sabiendo que manteniendo la otra mitad podría fácilmente seguir manejando los hilos de todo el Reino con una chiquilla compartiendo el trono. Y al final prefirió matar un inocente a pasar el ridículo antes su entorno ...

¡Que distinto es Dios!  El nos dice: “Bienaventurados los que tienen alma de pobre porque de ellos es el Reino de Dios” (Mateo 5,3) No una parte, sino todo el Reino de Dios. Y no por agradar a los ojos humanos con bellezas que hoy son y mañana están marchitas sino al contrario, por el despojo de si mismo. No por una cabeza, sino por darse todo entero a Dios, abandonándose en El y dándose todo a El. Esperándolo todo de El como un hijo lo espera todo de su Padre.

Por eso María es Reina. Porque además que a Ella le caben a la perfección todas las Bienaventuranzas Evangélicas y sus promesas, Ella es la madre del Rey de Reyes, la Llena de Gracia Inmaculada concebida, la Bendita entre todas las mujeres, la Madre pobre de un Dios despojado de todo, aun "de si mismo, tomando la condición de siervo" (Filipenses 2,7) al encarnarse en el seno de María ... Y fue digna de que el Rey, prendado de su belleza y de su entrega, la coronara de doce estrellas (Apocalipsis 12) y la sentara a su lado (Salmo 45).

Todos los bautizados somos Sacerdotes, Profetas y Reyes (CIC 1241), ofreciéndonos como victimas agradables a Dios (Romanos 12,1), Anunciando la Buena Nueva de la Salvación (Marcos 16,15) y recibiendo en el cielo la corona de los Bienaventurados (1Co 9,25). María lo es con más razón entonces, pues ofreció a su Hijo Único, el Hijo de Dios, en el sangriento altar de la Cruz y asoció el hondo y terrible dolor de verlo morir desangrado y torturado por la Salvación de todos los hombres. Ella que había profetizado “Bienaventurada me llamarán todas las generaciones” (Lucas 1,48) y que nos sigue anunciando que hay un solo camino para llegar al Cielo: “Hagan todo lo que El les diga” (Juan 2,5). Ella ha sido exaltada como Reina y Señora de todo lo creado y se le ha dado por Hijo no sólo a la Cabeza sino a todo el Cuerpo de los bautizados que es la Iglesia, y se le ha dado el Reino, que no es la mitad de nada sino la totalidad del Reino de su Hijo Jesucristo, a quien sea la Gloria por los Siglos de los Siglos.

A Dios nadie le gana en generosidad. Ni a la Reina tampoco. Cuando no sepas o no te animes por las cargas de la vida a dirigirte a Dios, busca consuelo en Aquella Madre que sabe que es lo mejor para ti. Y antes de pedirle a Dios como en una letanía tantas cosas necesarias o quizá no tanto, dirígete a tu Madre Santísima y dile: ¿Qué debo pedirle? Y Ella, que no habla sino las palabras de su Hijo te dirá: “Que seas Santo como Dios es Santo … Haz todo lo que El te dice a través del Evangelio y de la Iglesia y recibirás la Corona imperecedera de la Gloria (1 Pe 5,4)”.

- Claudio* -
Publicado originalmente el 29 de agosto de 2009.

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